El propósito de la vida
Leer Mateo 28.16-20
Muchos están desorientados sin saber para qué viven. Hay confusión acerca de valores, principios, conceptos. No siempre vemos las cosas con claridad. Todo, en este mundo caído, es confusión. Aún en la vida religiosa hay confusión.
Por Jorge Juan Olivera
Honestamente, podemos decir que hay cosas que no comprendemos y nos parece difícil entenderlas y, muchas veces, aceptarlas.
El pastor Carmelo B. Terranova cierta vez escribió en una de sus reflexiones semanales a la iglesia que pastoreaba en Puerto Rico:
«Señor, tú dijiste a Pedro “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora”. ¡Qué bien que me hacen estas palabras! Hay muchas cosas, Señor, que no entiendo. No entiendo, Señor, el dolor de los hospitales, el llanto de los niños, la agonía de la muerte. No entiendo Señor, por qué hay tanto odio y maldad, y parece que crece día a día. No entiendo, Señor, por qué aún en los tuyos hay egoísmo y orgullo; y parece que el mundo tuviera más poder. No entiendo, mi amado Señor, por qué es tan dulce orar y tan hermosa tu presencia y tan poco disfrutamos de ello. Y a veces, Señor, no entiendo mi propio corazón, de lágrimas que no saben salir, de palabras tiernas que no saben pronunciarse, de amar y seguir amando más y más y no saber cómo hacerlo.
»Entiendo sí, sin la menor duda, la infinita misericordia de tu amor. Entiendo tu persistente llamado a una vida de bendición. Entiendo, y ¡cómo entiendo!, la cruz del Calvario, la herida en el costado y ese grito jubiloso con sabor a cielo y sangre: “¡consumado es!”.
»Señor, no entiendo, pero a ti sí te entiendo. Gracias por tu amor, gracias por los dulces sentimientos que has puesto en mi vida. Gracias por ser como eres. Gracias por la persona bendita del Espíritu Santo que, aun cuando sigo sin entender mucho, él me entiende a mí y vive en mí.
«No todo entiendo, Señor, pero a ti sí te entiendo».
No entendemos los terrores del mundo. A veces quisiéramos pararnos y preguntar a Dios, ¿por qué, Señor? Tanta mentira, tanto engaño, tanta droga. Tanta maldad, tanta miseria, tanta falsedad. Tanta gente con los ojos cerrados y el corazón endurecido. ¿Por qué?
Aun cuando vamos a la Palabra de Dios, muchas veces encontramos el amor de Dios, la esperanza y la vitalidad de la vida, y otras veces encontramos sombras que inspiran más preguntas.
¿Es esto todo lo que hay? ¿Para sufrir nacemos y nada más? ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Para qué vivimos?
Al mirar alrededor de nosotros pareciera que se nace para sufrir y morir. Sin embargo, nos resistimos a estos hechos. Uno quisiera vivir rica y abundantemente. Uno quisiera que la vida fuera hermosa, que hubiera más canciones, que todo funcionara bien… pero no es así.
¿Cuál es el verdadero propósito de la vida?
Hay muchos que pasan por la vida sin siquiera tener una pista de para qué viven. Ni cuál es el propósito de la vida. Muchas veces nos encontramos con filósofos que tratan de explicar el sentido de la vida, pero no son más que intentos fallidos de explicar en términos humanos lo que no se puede explicar de esa manera.
Jesús estaba casi terminando su ministerio, y en Juan 17 encontramos la oración de Jesús al Padre.
Juan 17.1-3: «Estas cosas habló Jesús. Y levantando los ojos al cielo, dijo: ‘Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado».
Esta es la vida verdadera; la vida real; la vida abundante. La vida con sentido; con propósito. «Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero».
En una frase muy amarga, el apóstol Pablo dice: 1 Corintios 15.34: «Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo».
Algunos no conocen a Dios. Podemos creer en Dios, tener nuestra religión, tener un paquete de hechos morales, un esquema de conducta y comportamiento y sin embargo no conocer realmente a Dios. Podemos haber nacido en una iglesia y conocer todas las «formas» convenientes de un cristiano y, sin embargo, no conocer a Dios como único y suficiente Salvador.
Esta es la vida eterna, verdadera: «Que te conozcan a ti, el Dios verdadero».
En el Sermón del monte, Jesús habla de aquellos que, aun haciendo milagros y señales, no conocen a Dios ni serán reconocidos por Jesús en los tiempos finales. A pesar de que en su nombre hablaron e hicieron cosas maravillosas, Jesús les dirá: «No los conozco».
Podemos actuar para Dios y aún predicar su Palabra y no conocer a Dios.
Entonces, ¿qué significa conocer a Dios?
El primer propósito de la vida no es trabajar, no es estudiar, no es tener una familia, no es siquiera predicar o desarrollar un ministerio. No, no lo es.
¡El primer propósito de la vida es conocer a Dios!
A. CONOCER A DIOS: Es la primera y principal razón y propósito de la vida.
Debemos conocer a Dios de tres maneras:
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En su santidad – Dios es un Dios santo que pide de nosotros lo mismo. Esto implica tres cosas:
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Conciencia de pecado – Nadie tiene valor si no conoce el antivalor. Nadie tiene una vida rica espiritual si no tiene una apreciación de la pobreza espiritual. Nadie gozará de la santidad si no le tiene terror a la pecaminosidad.
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Arrepentimiento – Cambio de actitud, cambio de mente. Es decir: «esto se acabó». Es desear ardientemente conocer a Dios, no simplemente como una aventura intelectual.
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Conversión total – Nadie puede conocer a Dios de espaldas a él. Hagas lo que hagas en tu vida, cosecharás lo que hayas sembrado. Debemos vivir de acuerdo a los parámetros de Dios.
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En su amor – No basta con saber acerca del Dios santo, debemos conocer al Dios amoroso. Si solo descansáramos en la santidad de Dios, pobres de nosotros.
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¿Qué haríamos con nuestras debilidades, y preguntas? La santidad de Dios es maravillosa, pero puede consumirnos como fuego; es preciso descansar, también, en el amor y la gracia de Dios.
Esto implica tres cosas:
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El perdón de Dios de nuestras vidas – ¡Cuántas veces necesitamos el perdón de Dios! Perdón por nuestras dudas y preguntas. Perdón por nuestros tropiezos y caídas. Perdón por nuestras riñas y bufidos.
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La misericordia de Dios en nuestras vidas – Qué hermosa es la misericordia de Dios. Qué precioso es pensar que Dios se compadece por nosotros.
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Nunca dudemos de la misericordia de Dios. No importa qué tan grande sea nuestro pecado, la misericordia de Dios es aún más grande.
El gran error de Caín y Judas fue creer que sus pecados eran tan grandes que no podían ser perdonados. Se olvidaron de que Dios se deleita en su misericordia.
La misericordia de Dios es mayor que tus pecados; es mayor que tu caída y es mayor que tus errores.
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La oración – Debemos conocer a Dios en el diálogo de la oración. Nuestro conocimiento de Dios se profundiza en los momentos de intimidad.
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En su fidelidad – ¡Dios es obstinadamente fiel! Él promete darnos una vida abundante y un propósito para vivir. Así lo ha hecho siempre y así seguirá haciéndolo pues Dios es el mismo, hoy, ayer y por los siglos.
Pero no se puede conocer a Dios abstractamente. Ese conocimiento implica algo más.
B. OBEDECER A DIOS – La esencia del pecado es la desobediencia. La esencia de la santidad es la obediencia. Obedecer a Dios.
Juan y Pedro testificaron de esto en el mismo comienzo de la Iglesia: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres». Obedecer es la clave de la vida con propósito.
Kierkegaard, investigando el sentido de la vida, descubre que la gente no tiene fe. Tiene creencias, pero no fe. Tiene ideas, pero no fe. Y pregunta: «¿Por qué es difícil tener fe? Y él mismo responde: “Es difícil tener fe porque es difícil obedecer”».
¿Qué es tener fe? Es obedecer a la Palabra de Dios. Es obedecer a la voz del Espíritu cuando habla a nuestro corazón.
Una vida de fe es una vida gozosa.
Saúl fue un gran hombre de Dios. Tenía celo para con Dios. Fue el ungido de Dios. Fue un profeta de Dios que profetizaba con los hijos de los profetas. Era un hombre apasionado por Dios.
En un momento, Samuel le dice que Dios lo haría rey. Pero también le dice: «Espera siete días hasta que yo vaya».
Pero Saúl se cansa de esperar a Samuel, y por su cuenta, toma decisiones espirituales.
Cuando finalmente Samuel llega, le dice: «Locamente has hecho. Obedecer es mejor que los sacrificios. No serás rey. Hay otro mejor que tú».
No basta creer en Dios, hay que obedecer a Dios.
Cuando aprendimos a caminar, no lo hicimos de repente. Fue un proceso. Primero un pequeño paso, luego otro y así sucesivamente hasta que aprendimos a correr.
En el aprendizaje de la fe es igual. Comencemos a obedecer a Dios en las cosas pequeñas y llegaremos a correr en la senda de la fe.
Empecemos por las cosas pequeñas para alcanzar las cosas grandes. Dones, ministerios, tareas para Dios.
La pregunta que debe movilizar nuestra vida es: «Señor, qué quieres que haga».
Cuando Saulo se encontró con Jesucristo en el camino a Damasco, hizo dos preguntas: (1) «Señor, ¿quién eres?», la pregunta de la identidad, y luego, (2) «Señor, ¿qué quieres que haga?», la pregunta de la actividad.
Nunca hay una conversión verdadera si ambas preguntas no son respondidas continuamente. «Señor, ¿quién eres?», conocer a Dios en lo profundo de su majestad. «Señor, ¿qué quieres que haga?». ¿Cómo puedo trabajar en la extensión del reino de Dios?
Esto nos lleva al tercer punto.
C. TRABAJAR PARA DIOS – Para la extensión del reino de Dios. ¡Tamaña tarea!
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Hablando de él, pues somos sus testigos.
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Trabajando para él, pues somos sus colaboradores.
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Viviendo para él, pues somos sus redimidos.
Cuando Jesús estaba volviendo al Padre, nos dijo que recibiríamos poder para trabajar para él. El Espíritu Santo es una promesa que implica una tarea a realizar. Ser testigos. Para eso es el poder. Para predicar, para proclamar, para ser testigos hasta lo último de la tierra.
El poder recibido no es para exponerlo orgullosamente, sino para utilizarlo en beneficio de la extensión del reino de Dios.
Experimentar el verdadero propósito de la vida será directamente proporcional a nuestro conocimiento de Dios, a la obediencia a sus mandamientos y al compromiso de trabajar en la extensión del reino de Dios hasta que él vuelva.
Disfrutar de una vida con propósito será una realidad únicamente cuando nuestra mirada está puesta primeramente en Dios.
Vivamos la vida cristiana como debe ser vivida o dediquémonos a otra cosa. Fuimos llamados a conocer a Dios, obedecerlo y trabajar para él.
Dios quiere que vivamos una vida con propósito o que nos dediquemos a otra cosa.
¿Saben quién me enseñó esto?
Un gran predicador, un gran maestro. Tenía un poder fuera de lo común con señales y maravillas. Todo el mundo lo seguía y reunió a hombres y mujeres de todas partes para escucharlo. ¡Qué autoridad! ¡Qué enseñanzas! ¡Jamás un predicador habló como aquel!
Les habló al corazón y les dijo: «Esta es la vida eterna, la vida con propósito: Que conozcan a Dios, que obedezcan a Dios y que trabajen para Dios. Que tomen la cruz cada día y que me sigan». Aquel predicador se llamaba Jesús, quien también dijo a los suyos: Esto es lo que requiero para los que me siguen; ustedes, «¿Quieren irse? ¡Váyanse!». Pero había un hombre entre aquellos que lo seguían que dijo: «Señor, ¿a quién iremos? Nosotros hemos conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».
Ser cristiano no es un juego. Fuimos llamados a vivir una vida cristiana de poder y no debemos conformarnos con menos.
Todavía hoy retumban las palabras de Jesús: «¿Ustedes también quieren irse?».
Para vivir una vida plena, con propósito y ser hombres y mujeres de los que Jesús podría decir: «Bien, siervo fiel», debemos decidirnos a vivir como Dios quiere que vivamos.
Muchos años atrás, la cantante Amy Grant decía en una de sus canciones: «He decidido vivir como un creyente». Esa es la clave diaria para cada uno de nosotros: tomar la decisión de vivir como debe vivir un creyente y practicar ese tipo de vida cada día. De esa manera no solo conoceremos el propósito de la vida sino que viviremos de acuerdo a la voluntad de Aquel a quien debemos conocer profundamente.
«Esta es la vida; este es el propósito de la vida: Que te conozcan a ti», Jesús.